Cuentos chilenos El árbol de la plata ( Aventuras de Pedro Urdemales )

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Ruth miró en su buzón del correo, pero solo había una carta.
“REPORTANDOSE” Una vez un Sacerdote estaba dando un recorrido por la Iglesia al mediodía… al pasar por el altar decidió quedarse cerca para ver quién había.
Preparado por Dinis Bento
Lectura Personal cuento Antes de leer
Con los años vamos perdiendo la inocencia, que no es otra cosa que la sabiduría que nos regaló Dios.
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“REPORTANDOSE” Una vez un Sacerdote estaba dando un recorrido por la Iglesia al mediodía… al pasar por el altar decidió quedarse cerca para ver quién había.
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Transcripción de la presentación:

Cuentos chilenos El árbol de la plata ( Aventuras de Pedro Urdemales )

Estando Pedro Urdemales en un mineral, le patraqueó a un viajero tres onzas de oro que cambió en monedas. Le dieron más de mil, recién acuñadas y brillantes como soles. Con un clavo les abrió un portillo, a cada una y, pasándoles una hebra de hilo que apenas se veía, las fue colgando de las ramas de un árbol. Quedaron tan lindas y bien puestas que parecían frutos del mismo árbol. Un buscador de minas, que merodeaba por los alrededores, vio desde lejos una cosa resplandeciente En un santiamén le metió espuelas al caballo y se acercó a ver de qué se trataba. Cuál sería su admiración al comprobar la maravilla: un árbol que daba monedas de oro. Esa era la oportunidad de su vida, debía comprarlo.

-Dígame, señor -preguntando como que no quería la cosa- ¿qué arbolito tan raro y feo es éste? -¿Este...? Ah, el árbol de la plata -respondió Pedro Urdemales sin darle mayor importancia, y se dio vuelta para echarse una siesta. -Vamos, buen hombre, yo tengo un jardín en que me gusta colocar las plantas más feas y extrañas, así nadie entra a robar en mi casa. Véndame una patillita. ¡Le daré cien pesos! -No, patroncito. -¡Doscientos...! -No, no. -¡Quinientos! -ofreció el hombre para que tan espléndida oportunidad no se le escapara de las manos.

-Mire, patroncito -le dijo Urdemales- yo soy una persona sumamente honrada y ¿ pa’ qué voy a engañarlo...? Las patillas de este árbol no brotan y usted perdería sus pesos. -Véndame, entonces, el árbol entero. Le pago hasta tres mil pesos por esa cosa tan horrible. ¡Chupallas, patrón...! ¿Cómo se le ocurre que por esa módica suma le voy a dar un árbol que feo y todo en un año me produce cuatro veces lo que me está ofreciendo -¡Doce mil pesos, te daré por él! -insistió el hombre sin poder frenar su codicia. -No, no, patroncito. Si me diera la locura de venderlo, no lo haría por menos de dieciocho mil pesos, ni un cinco menos. Y lo vendería por dos cosas: una porque cuando estoy durmiendo esta porquería da tantas monedas que me despierta llenándome la cabeza de cototos, y la otra porque se ve que usté es un amigo de los árboles.

FIN -Hecho, aquí tienes tus dieciocho mil y ni una palabra mas. -Como usté mande, patroncito -respondió Pedro Urdemales recibiendo la plata. El caballero, ni corto ni perezoso, se fue muy feliz cargando el arbolito y riéndose de Pedro Urdemales. “¡Pobre tonto, por dieciocho mil pesos me vendió un árbol que da más que la mejor de las minas de oro!” El pueblo estuvo tres meses de fiesta, porque Pedro Urdemales era muy generoso cuando salía de remoliendas. Sólo de vez en cuando se escuchaban a lo lejos los gritos de la única persona que no podía sentirse feliz a pesar de tanto vino y alegría: el comprador del árbol de la plata, al que se le hacia chica la boca maldiciendo a Pedro por haberle engañado. FIN