Casos Clínicos del Dr. Luis Allegro Esther… 80 años Esther tenía 80 años cuando la trajeron a mi consulta. En esa época yo ejercía mi profesión en Rosario.

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Transcripción de la presentación:

Casos Clínicos del Dr. Luis Allegro

Esther… 80 años Esther tenía 80 años cuando la trajeron a mi consulta. En esa época yo ejercía mi profesión en Rosario (Santa Fe). La acompañaban su hijo y un sobrino, quienes la trajeron directamente desde el sanatorio psiquiátrico donde había estado internada durante dos meses. E Esther tenía 80 años cuando la trajeron a mi consulta. En esa época yo ejercía mi profesión en Rosario (Santa Fe). La acompañaban su hijo y un sobrino, quienes la trajeron directamente desde el sanatorio psiquiátrico donde había estado internada durante dos meses. E

Su hijo, que ocupaba un alto cargo en la Universidad, me informó que Esther venía padeciendo de un cuadro depresivo desde hacía aproximadamente un año. Había comenzado con un desgano general y una gradual lentificación de sus actividades habituales, como así también de su locuacidad, que había sido su signo distintivo. Su hijo, que ocupaba un alto cargo en la Universidad, me informó que Esther venía padeciendo de un cuadro depresivo desde hacía aproximadamente un año. Había comenzado con un desgano general y una gradual lentificación de sus actividades habituales, como así también de su locuacidad, que había sido su signo distintivo.

Lo que era su ágil conversación se había ido apagando paulatinamente para encerrarse cada, vez más en un mutismo desalentador. Había llegado al punto de desatender sus necesidades alimenticias y hasta su cuidado personal. Últimamente se pasaba todo el día en su cama cumpliendo una vida casi vegetativa. Lo que era su ágil conversación se había ido apagando paulatinamente para encerrarse cada, vez más en un mutismo desalentador. Había llegado al punto de desatender sus necesidades alimenticias y hasta su cuidado personal. Últimamente se pasaba todo el día en su cama cumpliendo una vida casi vegetativa.

En varías oportunidades había insinuado que ya había vivido demasiado y que lo mejor que podría ocurrirle era morirse. En varías oportunidades había insinuado que ya había vivido demasiado y que lo mejor que podría ocurrirle era morirse.

Desde Santa Fe -ciudad en donde vivía junto con su hijo, su nuera y sus dos nietas- había sido traída a un prestigioso psiquiatra de Rosario, quién había optado por internarla bajo el diagnóstico de "melancolía involutiva", sometiéndola a una serie de electroshocks.

Este tratamiento resultó un completo fracaso provocando un empeoramiento del cuadro: Esther no quería alimentarse y su peso disminuía en forma alarmante.

Cuando la vi -habían transcurrido dos meses de internación- me fue imposible comunicarme con ella pues se mantenía encerrada en su mutismo: la actitud encorvada, la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo y con una expresión de melancólica ausencia aprisionada en su ceño adusto. Cuando la vi -habían transcurrido dos meses de internación- me fue imposible comunicarme con ella pues se mantenía encerrada en su mutismo: la actitud encorvada, la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo y con una expresión de melancólica ausencia aprisionada en su ceño adusto.

No tardé en darme cuenta de que me hallaba frente a un cuadro complicado: a la depresión propia del proceso patológico se había agregado la amnesia provocada por la electroshock terapia. Esther no podía comunicarse por esa suerte de combinación que se daba, en parte, por el negativismo de quién no quiere vivir y, en parte, por el bombardeo eléctrico al que había sido sometida. No tardé en darme cuenta de que me hallaba frente a un cuadro complicado: a la depresión propia del proceso patológico se había agregado la amnesia provocada por la electroshock terapia. Esther no podía comunicarse por esa suerte de combinación que se daba, en parte, por el negativismo de quién no quiere vivir y, en parte, por el bombardeo eléctrico al que había sido sometida.

También percibí su desconfianza porque, seguramente, me estaba comparando con el colega anterior.

Elaboré una estrategia: pensé que lo único que podría modificar el cuadro sería operar con una técnica diametralmente opuesta al tratamiento anterior y contraindiqué la internación. Elaboré una estrategia: pensé que lo único que podría modificar el cuadro sería operar con una técnica diametralmente opuesta al tratamiento anterior y contraindiqué la internación.

. Me puse de acuerdo con los familiares que ella se quedaría viviendo temporariamente en Rosario, en casa de sus sobrinos, y que ellos la traerían diariamente a mi consultorio para efectuar su tratamiento..

Esther comenzó a concurrir a sus sesiones de psicoterapia. Dificultosamente subía hasta el primer piso donde se hallaba mi consultorio. Entraba, se sentaba con la actitud encorvada, la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo y su expresión de melancólica ausencia. Encerrada en su mutismo, lo único que hacía era algún disimulado movimiento para cambiar su casi total inmovilidad. Esther comenzó a concurrir a sus sesiones de psicoterapia. Dificultosamente subía hasta el primer piso donde se hallaba mi consultorio. Entraba, se sentaba con la actitud encorvada, la cabeza gacha, la mirada fija en el suelo y su expresión de melancólica ausencia. Encerrada en su mutismo, lo único que hacía era algún disimulado movimiento para cambiar su casi total inmovilidad.

Por mi parte, poco podía hacer más que mantener una actitud de benévola y complaciente espera. Muda ella y mudo yo. Cuando llegaba al final del tiempo estipulado para cada sesión, la despedía hasta la siguiente.

Un buen día, en medio de aquel pesado silencio sonó estentóreamente el teléfono que me comunicaba con mi secretaria. Quedé sorprendido por aquella brusca e inesperada irrupción. Yo había recomendado muy especialmente que no se me interrumpiese durante mis sesiones, por ningún motivo. Pero había ocurrido un imprevisto. Un buen día, en medio de aquel pesado silencio sonó estentóreamente el teléfono que me comunicaba con mi secretaria. Quedé sorprendido por aquella brusca e inesperada irrupción. Yo había recomendado muy especialmente que no se me interrumpiese durante mis sesiones, por ningún motivo. Pero había ocurrido un imprevisto.

Me sobrepuse de la sorpresa y opté por decirle a mi paciente: -¿Me permite una interrupción? ¿Puedo atender el llamado? Me sobrepuse de la sorpresa y opté por decirle a mi paciente: -¿Me permite una interrupción? ¿Puedo atender el llamado? Esther levantó su rostro, me clavó su mirada y también con sorpresa me respondió: -¡Por supuesto, Doctor! Parcamente evacué la llamada y volví a mi actitud. También ella volvió a la suya, pero la tensión comenzó a distenderse y tuve la sensación de que los dos estábamos más cómodos.

. Cuando volvió al día siguiente, Esther estaba totalmente desconocida.

La actitud encorvada había dado lugar a un porte bien plantado: testigo actual de lo que en otra época había sido una figura esbelta. Entró con paso firme, se sentó con cierto donaire y su melancólica ausencia se tornó en viva presencia.

. Con mirada escrutadora me estudió como si buscara en mí a otra persona. Tuve la impresión de que trataba duramente de disimular la intriga y la curiosidad que yo le despertaba. Después de un silencio comenzó diciendo:

-Ayer me impactó su gesto. ¿Necesitaba Ud. mi permiso para atender la llamada?... Yo no soy más que una paciente y todo paciente debe saber tolerar... Sin embargo le confieso que su gesto me hizo bien... me hizo sentir respetada. La gentileza de alguien importante me hace bien... -Ayer me impactó su gesto. ¿Necesitaba Ud. mi permiso para atender la llamada?... Yo no soy más que una paciente y todo paciente debe saber tolerar... Sin embargo le confieso que su gesto me hizo bien... me hizo sentir respetada. La gentileza de alguien importante me hace bien...

Luego continuó: -Mi hijo también es una persona importante... Ocupa un alto cargo en la Universidad... y está permanentemente ocupado. Desde que es tan importante ya no habla conmigo como lo hacía antes. Casi podría decir que hemos cortado toda comunicación a pesar de que estamos viviendo en la misma casa... Luego continuó: -Mi hijo también es una persona importante... Ocupa un alto cargo en la Universidad... y está permanentemente ocupado. Desde que es tan importante ya no habla conmigo como lo hacía antes. Casi podría decir que hemos cortado toda comunicación a pesar de que estamos viviendo en la misma casa...

Pero no siempre fue tan importante... Cuando lo tenía en mis brazos era importante para mí... y yo lo era para él...

Entonces entró a hablarme ampliamente de cómo habían sido las relaciones entre ella y el hijo. Inmediatamente me di cuenta de que Es1her estaba inconscientemente reviviendo conmigo, las mismas características del vínculo con su hijo: de algún modo, yo estaba representando al hijo que le prestaba la atención que ella estaba necesitando desde hacía mucho tiempo". Entonces entró a hablarme ampliamente de cómo habían sido las relaciones entre ella y el hijo. Inmediatamente me di cuenta de que Es1her estaba inconscientemente reviviendo conmigo, las mismas características del vínculo con su hijo: de algún modo, yo estaba representando al hijo que le prestaba la atención que ella estaba necesitando desde hacía mucho tiempo".

Esther se había criado en el seno de una familia del interior que ocupaba una posición social destacada. Su padre había sabido imprimir al núcleo familiar los - caracteres propios de una moral victoriana. Ella fue su preferida, y la más mimada de las tres hermanas que constituían toda la prole. Esther se había criado en el seno de una familia del interior que ocupaba una posición social destacada. Su padre había sabido imprimir al núcleo familiar los - caracteres propios de una moral victoriana. Ella fue su preferida, y la más mimada de las tres hermanas que constituían toda la prole.

Siendo muy joven encontró el hombre de su vida con quién llegó a conocer las vibraciones de un amor apasionado -siempre dentro del marco victoriano- Su esposo fue bastante mayor que ella y le traía fuertes reminiscencias de su padre por la similaridad de su forma de pensar. Este código de valores signó toda su existencia. Siendo muy joven encontró el hombre de su vida con quién llegó a conocer las vibraciones de un amor apasionado -siempre dentro del marco victoriano- Su esposo fue bastante mayor que ella y le traía fuertes reminiscencias de su padre por la similaridad de su forma de pensar. Este código de valores signó toda su existencia.

. Aquel romance se cristalizó en dos hijos que fueron la alegría de esos primeros años del matrimonio; especialmente el varón que vino a constituir la viva imagen de su esposo -y por ende, de su padre-..

Pero esta felicidad estuvo limitada. La muerte prematura del marido tendió un negro nubarrón en su vida al traerle aparejada una precoz viudez, cuando aún estaba en la plenitud de su juventud. Pero esta felicidad estuvo limitada. La muerte prematura del marido tendió un negro nubarrón en su vida al traerle aparejada una precoz viudez, cuando aún estaba en la plenitud de su juventud.

Por supuesto, aquel código de valores victorianos le imposibilitó toda idea acerca de una nueva relación amorosa. Sólo halló consuelo en la viva imagen que, de su esposo, encontró en su hijo. Y de algún modo éste lo vino a sustituir. Por supuesto, aquel código de valores victorianos le imposibilitó toda idea acerca de una nueva relación amorosa. Sólo halló consuelo en la viva imagen que, de su esposo, encontró en su hijo. Y de algún modo éste lo vino a sustituir.

De aquí en más la vida no fue nada fácil para Esther. Tuvo que efectuar ingentes sacrificios para solventar el desequilibrio económico que sobrevino, para lo cual necesitó recurrir al concurso de sus hermanas. Estas, la ayudaron en la medida de sus también limitadas posibilidades. Los esfuerzos se concentraron en Charlie -el hijo- quién, a medida que creció comenzó a demostrar una inteligencia excepcional. De aquí en más la vida no fue nada fácil para Esther. Tuvo que efectuar ingentes sacrificios para solventar el desequilibrio económico que sobrevino, para lo cual necesitó recurrir al concurso de sus hermanas. Estas, la ayudaron en la medida de sus también limitadas posibilidades. Los esfuerzos se concentraron en Charlie -el hijo- quién, a medida que creció comenzó a demostrar una inteligencia excepcional.

Por su parte, Charlie no defraudó en nada las esperanzas que se depositaron en él, pues se fue destacando brillantemente en sus estudios. Cuando llegó a los dieciocho años surgió la necesidad de encarar una carrera universitaria y esto demandó nuevos esfuerzos, tanto de Esther como de la constelación familiar.. Por su parte, Charlie no defraudó en nada las esperanzas que se depositaron en él, pues se fue destacando brillantemente en sus estudios. Cuando llegó a los dieciocho años surgió la necesidad de encarar una carrera universitaria y esto demandó nuevos esfuerzos, tanto de Esther como de la constelación familiar..

Las sesiones que se sucedieron durante varios meses fueron una permanente demostración por parte de Esther de lo que su hijo significaba para ella y de los sacrificios que éste le había importado; incluso la renuncia de un nuevo amor.

Pero ella se sentía satisfecha de su labor al ver los progresos que Charlie realizaba año tras año y se conformaba con saberse importante para él. Eso la compensaba ampliamente de todos sus esfuerzos y de todas sus renuncias. La permanente solicitud de él la gratificaba. De algún modo los éxitos del hijo eran también sus propios éxitos. Pero ella se sentía satisfecha de su labor al ver los progresos que Charlie realizaba año tras año y se conformaba con saberse importante para él. Eso la compensaba ampliamente de todos sus esfuerzos y de todas sus renuncias. La permanente solicitud de él la gratificaba. De algún modo los éxitos del hijo eran también sus propios éxitos.

Llegó el momento del casamiento de Charlie y, naturalmente, la presencia de su nuera -y luego, la de sus dos nietas- vinieron a interponerse entre madre e hijo. Surgieron sentimientos de celos y rivalidad que acusaron serios impactos en el ánimo de Esther. Pero pudo absorberlos bastante bien dado que acaecieron en momentos de su vida, todavía joven, en que sus resortes psíquicos contaban con una buena capacidad de amortiguación. Llegó el momento del casamiento de Charlie y, naturalmente, la presencia de su nuera -y luego, la de sus dos nietas- vinieron a interponerse entre madre e hijo. Surgieron sentimientos de celos y rivalidad que acusaron serios impactos en el ánimo de Esther. Pero pudo absorberlos bastante bien dado que acaecieron en momentos de su vida, todavía joven, en que sus resortes psíquicos contaban con una buena capacidad de amortiguación.

Pero el tiempo fue pasando, y los mismos años que abonaron la evolución del hijo, esos mismos años fueron marcando la involución de Esther. Cuando los 80 años la sorprendieron, el hijo ocupaba un lugar realmente importante en la comunidad. La profesión, la Universidad y la cátedra habían ido desalojando lenta y despiadadamente el lugar que Esther había ocupado antes. La herida que se había insinuado en ella hacia muchos años, ahora comenzaba a sangrar. Pero el tiempo fue pasando, y los mismos años que abonaron la evolución del hijo, esos mismos años fueron marcando la involución de Esther. Cuando los 80 años la sorprendieron, el hijo ocupaba un lugar realmente importante en la comunidad. La profesión, la Universidad y la cátedra habían ido desalojando lenta y despiadadamente el lugar que Esther había ocupado antes. La herida que se había insinuado en ella hacia muchos años, ahora comenzaba a sangrar.

-Mi hijo se fue alejando cada vez más de mí... Ya casi ni hablamos. Es inútil que lo espere cuando vuelve a casa... Cada vez vuelve más tarde, y a veces no vuelve... ¡Así se fue terminando mi mejor medicina! Entonces comprendí su mutismo inicial: era el mutismo que se había instalado entre ella y su hijo. También comprendí su mejoría: era su respuesta hacia alguien que volvía a atenderla, a escucharla, a hacerla sentir importante. Esther volvía a ser útil nuevamente. Ella, que tanto había contribuido a los éxitos de su hijo, colaboraba otra vez con un nuevo éxito: el de su propio tratamiento. -Mi hijo se fue alejando cada vez más de mí... Ya casi ni hablamos. Es inútil que lo espere cuando vuelve a casa... Cada vez vuelve más tarde, y a veces no vuelve... ¡Así se fue terminando mi mejor medicina! Entonces comprendí su mutismo inicial: era el mutismo que se había instalado entre ella y su hijo. También comprendí su mejoría: era su respuesta hacia alguien que volvía a atenderla, a escucharla, a hacerla sentir importante. Esther volvía a ser útil nuevamente. Ella, que tanto había contribuido a los éxitos de su hijo, colaboraba otra vez con un nuevo éxito: el de su propio tratamiento.

Esther evolucionó positivamente. La depresión fue cediendo paulatinamente y entonces apareció una personalidad notablemente rica. Me mostró su amor a la poesía, a las artes, a la música, al teatro, a la lectura. Simone de Beauvoir era su predilecta, le tocaba muy hondo el romance de ésta con Jean Paul Sartre. Alfonsina Storni, Juana de Ibarborou y Gabriela Mistral fueron nombres que frecuentemente aparecieron en sus relatos como muestras de sus propias idealizaciones. Esther evolucionó positivamente. La depresión fue cediendo paulatinamente y entonces apareció una personalidad notablemente rica. Me mostró su amor a la poesía, a las artes, a la música, al teatro, a la lectura. Simone de Beauvoir era su predilecta, le tocaba muy hondo el romance de ésta con Jean Paul Sartre. Alfonsina Storni, Juana de Ibarborou y Gabriela Mistral fueron nombres que frecuentemente aparecieron en sus relatos como muestras de sus propias idealizaciones.

En la medida que el proceso terapeútico fue progresando, Esther pudo concurrir sola a mi consultorio. Así llegó el momento de regresar a su ciudad; entonces decidió viajar semanalmente desde Santa Fe para continuar su tratamiento. Y así lo hizo. En la medida que el proceso terapeútico fue progresando, Esther pudo concurrir sola a mi consultorio. Así llegó el momento de regresar a su ciudad; entonces decidió viajar semanalmente desde Santa Fe para continuar su tratamiento. Y así lo hizo.

La mejoría se fue acentuando. Al integrarse nuevamente al medio familiar comenzó a participar activamente de los avatares de la misma. Entonces se interesó intensamente por sus dos nietas, quienes estaban cruzando los umbrales de la adolescencia. Así fue como, al internarse en las vicisitudes propias de dicha edad, tuvo que revisar su propio código de valores.. La mejoría se fue acentuando. Al integrarse nuevamente al medio familiar comenzó a participar activamente de los avatares de la misma. Entonces se interesó intensamente por sus dos nietas, quienes estaban cruzando los umbrales de la adolescencia. Así fue como, al internarse en las vicisitudes propias de dicha edad, tuvo que revisar su propio código de valores..

Aquí fue estimulante ver cómo, identificándose con ellas, logró adquirir una visión actualizada -y una nueva comprensión- de la problemática sexual y del amor en la nueva generación. Nuevamente encontraba que la vida le brindaba la posibilidad de ser útil. Y así se fue curando. Aquí fue estimulante ver cómo, identificándose con ellas, logró adquirir una visión actualizada -y una nueva comprensión- de la problemática sexual y del amor en la nueva generación. Nuevamente encontraba que la vida le brindaba la posibilidad de ser útil. Y así se fue curando.

Un día ocurrió un hecho singular. Esther me refirió que sus nietas habían comenzado a aprender música y guitarra. Ella estaba muy entusiasmada y para acompañarlas se dispuso a estudiar… ¡Mandolina! Inmediatamente asocié la itálica mandolina con mi apellido. Así, con esta alusión tan indirecta, Esther había encontrado una forma sutil de hacerme partícipe de su afecto y de expresarme su gratitud. Un día ocurrió un hecho singular. Esther me refirió que sus nietas habían comenzado a aprender música y guitarra. Ella estaba muy entusiasmada y para acompañarlas se dispuso a estudiar… ¡Mandolina! Inmediatamente asocié la itálica mandolina con mi apellido. Así, con esta alusión tan indirecta, Esther había encontrado una forma sutil de hacerme partícipe de su afecto y de expresarme su gratitud.

La paciente se recuperó totalmente. Le di el alta. Dejé de verla. Pasó el tiempo. Me trasladé a Buenos Aires. Esther me escribía periódicamente relatándome sobre su vida. En sus últimas cartas me hablaba de una dolencia en su corazón. La paciente se recuperó totalmente. Le di el alta. Dejé de verla. Pasó el tiempo. Me trasladé a Buenos Aires. Esther me escribía periódicamente relatándome sobre su vida. En sus últimas cartas me hablaba de una dolencia en su corazón.

Cinco años después de aquel, nuestro primer encuentro, me escribió pidiéndome una consulta en Buenos Aires. La paciente que había sido incapaz de ir sola a su tratamiento, recorrió una distancia de 500 kilómetros en avión para venir a verme, sola, sin ninguna ayuda, por sus propios medios. Estaba muy enferma: su corazón claudicaba.

Necesitaba decirme que había cumplido su misión y que estaba satisfecha. Ahora podía morir tranquila. Los dos intuimos secretamente que esa, era su "última sesión". Había venido a despedirse... Fue la última vez que la vi.

FIN