Venga esta candencia con sus violines,
a este espíritu, quebradizo y solo,
venga con su alas el dulce aliento
de este cálido soplo.
Dejad que trepe lenta por mis vísceras,
hasta los más impenetrables órganos,
dejad que se aposente en mi cerebro,
en mi alma, y en mi rostro.
Permitid que la música me embriague,
con sus analgésicos melodiosos,
dejad que rompa mi eterno pasado,
mortal y melancólico.
Dejadla ser, en mi huerto y en mi herida,
pasillo, medicina, el bien que imploro,
dejad que estos violines con sus notas,
me acerquen a vosotros.
(Rima CLXXII)
El Ruiseñor Azul