Nostalgia de Jesús Momentos con Chico Xavier Adelino da Silveira música: Cantiga de ninar

Estabamos en la residencia de Chico Xavier. Su estado de salud no le permitía desplazarse hasta el Centro. La multitud se comprimía allá en la calle del frente, cuando el portón se abrió, la fila de personas tenía algunas cuadras.

Fueron pasando una a una al frente de Chico. Personas de todas las edades, de todas las condiciones sociales y de los más distantes lugares del País. Algunos decían: - Yo sólo quería tocarlo... - Mi mayor sueño era conocerlo... - Sólo quería oír su voz y apretar su mano.

Unos querían noticias de familiares desencarnados, espantar una idea de suicidio. Otros nada decían, nada pedían, sólo conseguían llorar.

Con una palabra sencilla de Chico, sus semblantes se transfiguraban, salían sonrientes. Al ver a las personas ansiosas para tocarlo, la interminable fila, de la forma como él atendía a todos me quedé pensando:

"Dios mío, el aura de Chico es tan bueno... su magnetismo es tan grande, que parece que pulveriza nuestros dolores y ameniza nuestras ansiedades".

De repente, él se vuelve hacia mí y dice: - Me conmueve la bondad de nuestra gente en venir a visitarme. No tengo nada más para dar. Estoy casi muerto. ¿Por qué cree usted que ellos vienen?

Me preguntó y se quedó esperando la respuesta. Ahí, pensé: Dios mío, frente a un hombre de esos, la gente no puede mentir ni decir cualquier cosa que pueda venir a ofender a su humildad (aunque él siempre diga que nunca se consideró humilde).

Empecé entonces a pensar que cuando Jesús estuvo con nosotros, donde quiera que apareciese, la multitud lo cercaba. Eran personas de todas las edades, de todas las clases sociales y de los más distantes lugares.

Muchos iban a esperarlo en los caminos, en las aldeas o en las casas donde Él se hospedaba. Donde quiera que apareciese, una multitud lo cercaba. Tanto que Pedro le dijo cierta vez: "Bien ves que la multitud te comprime".

Zaqueo llegó a subirse en un árbol solamente para verlo. Ver, tocar, oír era sólo lo que querían las personas. Todo eso pasó por mi cabeza con la rapidez de un relámpago. Y como él me continuaba mirando y esperando la respuesta, me animé a decirle: - Chico, creo que ellos están con nostalgia de Jesús.

Palabras sacadas del fondo de mi corazón, pienso que ellas no ofendieron a su modestia. La multitud continuó desfilando. Todos le besaban la mano y él besaba la mano de todos.

Allá por las tantas de la noche, cuando la fila había diminuido sensiblemente, percibí que sus labios estaban sangrando. Él había besado la mano de centenas de personas. Me quedé con tanta pena de aquel hombre, en sus ochenta y ocho años, más de setenta dedicados a la atención de personas, que me atreví a preguntarle: - ¿Por qué usted besa la mano de ellos?

La humildad de su respuesta continuará emocionándome siempre: - Porque no puedo curvarme para besarles los pies. formatación: Martha Guaraldo