Domingo I de Cuaresma Año A

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Transcripción de la presentación:

Domingo I de Cuaresma Año A

Misericordia, Señor, hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Misericordia, Señor, hemos pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado, contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.

Misericordia, Señor, hemos pecado.

¡Oh Dios!, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, No me arrojes lejos de tu rostro, No me quites tu santo espíritu.

Misericordia, Señor, hemos pecado.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.

Misericordia, Señor, hemos pecado.

Lectio Este Salmo 50 -designado tradicionalmente con el nombre de Miserere- es uno de los siete grandes salmos penitenciales. El salmista está viviendo en su interior el drama de la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados. Por ello apela al Señor con todas sus fuerzas: “¡Ten piedad de mi, Dios mío, por tu amor!” Es consciente de que su pecado es un acto personal contra el Dios de la Alianza (v. 6). Por eso, además de reconocer sus faltas y de implorar el perdón divino, suplica al Señor que lo renueve íntegramente, “creando” en su interior “un corazón puro” (v. 12). Siguiendo a Schökel dividimos el salmo en tres partes: VV. 4-11: en el “reino del pecado”. No se menciona a Dios. El salmista repite, hasta la obsesión, siete veces la raíz “pecado” y siete veces palabras sinónimas. VV. 12-19: en el “reino de la gracia”. Vuelve a oírse el nombre de Dios. Se produce una nueva creación en la que Dios derrama un triple espíritu de firmeza, santidad y generosidad sobre el salmista, de forma que éste recobra la salvación y la alegría de la reconciliación, y la comunica espontáneamente. VV. 20-21: parece ser un añadido litúrgico en tiempo del destierro. El tono de la súplica es marcadamente personal, y en el contenido del salmo se percibe la influencia de los grandes profetas, especialmente Jer 24, 7 y Ez 36, 25-27. En él se encuentra, además, el germen de la doctrina paulina acerca del “hombre nuevo” (Col 3, 10; Ef 4, 24).

Meditatio La liturgia de hoy, en este primer domingo de Cuaresma, nos pone frente a la realidad de la tentación en nuestra vida, y sus dos posibles desenlaces: el reino del pecado y el reino de la gracia que tan desgarradoramente nos describe este salmo 50. El Señor creó al hombre con capacidad y apertura a la relación con Él en intimidad, lo destinó a la gracia. Pero el hombre se dejó “torcer” por el Tentador, quisieron ser como dioses, para darse cuenta después de su caída de su radical pobreza y dependencia de Dios (“estaban desnudos”). Cristo Jesús, Dios y Hombre en plenitud, es tentado por Satanás pero Él , coherente con su abajamiento por amor nuestro, se mantuvo en absoluta obediencia al plan de Dios. De este modo nos enseña que la tentación puede ser superada . Y en la consumación de su pasión, muerte y resurrección nos abre de nuevo el reino de la gracia y del perdón sobreabundante de Dios.

Oratio Hoy, Señor, repito despacio, muy despacio, este salmo y voy dejando que cale en mi toda su fuerza expresiva y orante: “Misericordia, Dios mío… borra… lava… limpia mi pecado… Hazme oír el gozo y la alegría de tu salvación… ¡Oh, Dios!, crea en mi un corazón puro… renuévame por dentro… no me arrojes… no me quites tu Santo Espíritu…” Renovado así por ti, enseñaré y cantaré tu justicia, tu justicia salvadora siempre pronta al perdón y a tu misericordia ante un corazón arrepentido.

Contemplatio “Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate Tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. (…) No es así como nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. (…) No se perdona a sí mismo y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.” (San Agustín, Sermón XIX, 2)

Actio Que la conciencia de mi pecado sea siempre punto de partida para volver (=convertirme) a Ti. Y que esta experiencia de tu misericordia desborde en mi actitud con los demás.