Recurso para trabajar la CERÁMICA GRIEGA El enigma de Pigmalión Recurso para trabajar la CERÁMICA GRIEGA © Esther Hernández García (idea, texto e imágenes) © Mª Teresa Cases Fandos (formato del recurso)
Planteamiento del enigma En la isla de Chipre vivía un joven y solitario artesano que buscaba incansablemente la belleza, por ello decidió modelar una estatua de la mujer más bella del mundo.
1 Viajó por toda Grecia en busca de la mejor cantera para extraer la arcilla de mejor calidad.
2 Cuando la encontró́, con ayuda de unos esclavos la extrajo y la transportó en grandes cestos por caminos peligrosos y de noche, para que nadie descubriera su secreto.
3 La preparó durante días con sumo cuidado, humedeciéndola y ablandándola con mimo, porque quería que fuese tan suave como la piel de la propia Afrodita.
4 Y dejándola reposar, meditó cómo podría dar forma a la estatua más perfecta, singular e irrepetible.
Empezó a modelar con mucha delicadeza la arcilla con las manos. 5 Empezó a modelar con mucha delicadeza la arcilla con las manos.
6 Incluso fabricó ex profeso unas herramientas de oro y marfil, para que la imagen fuese una pieza única.
7 Y la ocultó en la parte más oscura y sombría de su taller, pues no quería que nadie la contemplara antes de estar acabada.
8 Buscó los pigmentos y esmaltes de mejor calidad para que su rostro reflejase el rubor de los primeros rayos del sol.
9 Recogió maderas de oloroso olivo para que su aroma recordase a la diosa Atenea.
10 Introdujo la imagen en el horno, regalo de Hefesto, y prendió́ su fuego.
11 Esperó impaciente hasta cinco salidas del carro de Helios, el dios del sol.
12 Ante sus ojos se materializaron sus mayores deseos, una sublime figura , cuyos blancos brazos recordaban a la diosa Hera.
Y la enigmática Galatea, cobrando vida, se giró para mirarlo. Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suave-mente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. OVIDIO, Metamorfosis, libro X