El otoño se llevó los colores verdes vivos y en su lugar nos dejó pardos, ocres y amarillos.
Los sauces y las acacias han perdido el colorido, sólo un corpulento cedro sigue con su eterno abrigo.
Ya la fuente se ha callado congelada por el frío, ya no acuden los gorriones a beber con sus bullicios.
Entre las desnudas ramas queda la sombra de un nido; está huérfano de vida, ya los pájaros se han ido.
Ya no se escuchan los cantos de zorzales y de mirlos, ni la monótona cuerda de los persistentes grillos.
Las sogas de los columpios cuelgan flojas sin sentido; ya no suben por los aires impulsadas por los niños.
Queda una flor solitaria en el borde del camino: un recuerdo del verano, nota alegre de un olvido.
Ya se ha marchado la gente, están los bancos vacíos, se ha quedado solo el parque soñando con el estío. RAMÓN
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