EL SAN MARTÍN QUE POCOS CONOCEN

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Transcripción de la presentación:

EL SAN MARTÍN QUE POCOS CONOCEN El hombre y su carácter, sus primeros pasos, sus enfermedades y algunas de sus anécdotas

La salud del general San Martín fue un hombre notable en muchos aspectos. Tuvo una voluntad inquebrantable para superar las dificultades desde muy chico. Su salud le dio problemas, sin embargo llegó a los 72 años, algo longevo para su época siendo la expectativa de vida sólo de 55 años. Hay que considerar que no había antibióticos ni medicamentos apropiados para las diversas dolencias. Fue un pionero en manejo del estrés.

¿Qué tenía el general? Algunas de las cosillas que lo tenían a mal traer: A lo largo de su vida militar, San Martín no fue ajeno a las heridas: las recibió en la mano, el pecho, en la cara. En 1814 estando en el Ejército del Norte, San Martín creyó que se moría pero superó el mal paso, debiendo dormir sentado en una silla, dolores estomacales, vómitos de sangre, náuseas y fatigas. San Martín se recuperó para cruzar los Andes, aquejado por dolores articulares. Justo antes de la batalla de Chacabuco sufrió un ataque de gota y emprendió la campaña al Perú en medio de fuertes dolores estomacales. Sin embargo, los dolores derivados de su úlcera lo llevarían a la tumba.

A San Martín le preocupaba su pérdida gradual de la visión a causa de cataratas. No podía leer nada, cosa que lo tenía taciturno y retraído. La única solución era operar, en ese entonces sin anestesia y debiendo estar el paciente completamente inmóvil en su cama. San Martín tampoco fue inmune al asma, pero se cree que al haberlo padecido luego de los 30 años, era más bien una enfermedad psicosomática. A pesar de tener que soportar grandes cambios climáticos y mucho frío, jamás contrajo bronquitis. “El general San Martín siempre antepuso el deber y su patria a sus enfermedades” (parte del cirujano de ejército Dr. Juan Isidro Zapata del 16 de julio de 1817). San Martín también padeció de insomnio y temblores en la mano derecha, causadas por sus largas y agotadoras jornadas de trabajo, preocupaciones y disgustos.

De chico, en la milicia española, sufrió desnutrición, hambre, comidas rancias, y ya de más grande, soportó procesos infecciosos, reumatismo, fiebre tiroidea y una gastroenteritis con diarrea fulminante que en esa época (1832) los médicos llamaban cólera (no confundir con la actual enfermedad). San Martín no se inmutó en el fragor del combate pues era un guerrero, pero era de espíritu sensible frente a la muerte y a la desolación que lo llevó a tener manifestaciones de enfermedades nerviosas.

Una adolescencia atípica A los tres años su familia se muda de Corrientes a España, donde es enviado al colegio mientras que sus hermanos mayores se incorporan a la milicia. San Martín era una inutilidad para las letras pero muy bueno en matemáticas y geometría. A los 11 deja el colegio e ingresa como cadete en el Regimiento de Murcia del ejército español. A los 12 (Y7) entra en acción por primera vez en el norte de África. A los 13 (Y8) sufre un intenso cañoneo y luego lo mandan a luchar contra los franceses. A los 17 ya es teniente.

En 1808, a los 30 años, habiendo invadido Napoleón a España, era oficial de guardia en Cádiz cuando una muchedumbre furiosa ataca al cuartel donde estaba y a su superior, el general Solana, al cual persiguen y descuartizan. San Martín queda tan impresionado que desde ese entonces llevó consigo un mini-retrato de Solana, el comandante que no consiguió salvar y aborrece toda expresión de violencia inútil.

Personalidad San Martín se dedicó a entrenar a sus hombres de manera típicamente metódica. Advirtió que aplicaría severos castigos en caso de: [...] cobardía en acción, cuando incluso bajar la cabeza será considerada tal; por no castigar las injurias, no defender el honor del regimiento, cometer actos infames de deshonestidad, conducirse de modo indecorosamente familiar con los subalternos, faltar a la integridad en el manejo de fondos, revelar decisiones tomadas en reuniones secretas, no ayudar a un camarada en peligro, exhibirse en público con prostitutas, jugar con gente de mala fama, poner las manos encima de las mujeres, emborracharse, hablar mal de un camarada delante de extraños.

En 1812, a los 34, se ocupó de buscar novia En 1812, a los 34, se ocupó de buscar novia. María de los Remedios era hija de la segunda mujer de don Antonio José de Escalada, una de las familias de más alcurnia de Buenos Aires. María de los Remedios apenas tenía quince años, y era muy linda. San Martín, si bien distante y severo, no carecía en absoluto de encanto. Alto y bien parecido, con patillas abundantes, ojos inteligentes y vivaces, los contemporáneos lo pintan distinguido y cortés. Hablaba bien francés en sociedad, era versado en historia, arte y filosofía, tanto como en política y en cuestiones militares. María de los Remedios tenía mucha personalidad: figuraba en primer lugar en la lista de mujeres de Buenos Aires que, para apoyar la causa de la independencia, compraron cada una un mosquete. A los seis meses de haber llegado a Buenos Aires, San Martín se casó con su joven novia en la catedral. San Martín de novio

Dos campañas vistas por extranjeros La marcha de San Martín invita inevitablemente a compararla con el cruce de los Andes que Bolívar emprendería dos años y medio después. La hazaña de Bolívar es todavía mayor porque en cuatro meses atravesó 1.200 kilómetros de ciénagas y montañas, incluido un paso que está a 4.500 metros de altura. A San Martín le costó un mes cubrir 240 kilómetros hasta una altura máxima, que era una cuarta parte más baja que la ruta de Bolívar. Pero, en cambio, Bolívar consiguió su logro al costo apabullante de perder dos tercios de sus hombres, más todos los caballos y mulas. Con el doble de hombres, San Martín perdió menos de cien y conservó por lo menos un tercio de sus mulas y caballos. Nada mal, ¿no? Dos campañas vistas por extranjeros

San Martín y los vinos mendocinos: ¡en Europa no se consigue! San Martín frente a la costumbre de algunos sudamericanos de dar preferencia a lo extranjero: Un día San Martín tiene dos invitados a la mesa. Antes, a unas botellas de vino de Málaga les puso “de Mendoza” y a unas botellas de vino mendocino les puso “de Málaga”. Después de la comida, pidió los vinos diciendo: “Vamos a ver si están ustedes conformes conmigo sobre la supremacía de mi mendocino”. Se sirvió primero el de Málaga con el rótulo “Mendoza”. Los convidados dijeron que era un rico vino pero que le faltaba fragancia. Enseguida, se llenaron nuevas copas con el del letrero “Málaga”. Al momento prorrumpieron ambos invitados diciendo: “¡Oh! Hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación”. Entonces San Martín les responde: “ Caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo, y se dejan alucinar por rótulos extranjeros”.

1. El Correo indio de San Martín Algunas anécdotas 1. El Correo indio de San Martín Esperando el momento propicio para entrar en Lima, San Martín estableció su campamento en Huaral. En Lima contaba con numerosos partidarios de la Independencia; pero no podía comunicarse con ellos porque las tropas del general José de la Serna, jefe realista, detenían a los mensajeros. Una mañana, el general San Martín encontró a un indio alfarero. Se quedó mirándolo un largo rato. Luego lo llamó aparte y le dijo;-¿Quieres ser libre y que tus hermanos también lo sean?-Sí, usía... ¡cómo no he de quererlo! - respondió, sumiso, el indio.-¿Te animas a fabricar doce ollas, en las cuales pueden esconderse doce mensajes? -Sí, mi general, ¡cómo no he de animarme! 

Poco tiempo después Díaz, el indio alfarero, partía para Lima con sus doce ollas mensajeras disimuladas entre el resto de la mercancía. Llevaba el encargo de San Martín de vendérselas al sacerdote Luna Pizarro, decidido patriota. La contraseña que había combinado hacía tiempo era: “un cortado de cuatro reales”. Grande fue la sorpresa del sacerdote, que ignoraba cómo llegarían los mensajes, al ver cómo el indio quería venderle las doce ollas en las que él no tenía ningún interés. Díaz tiró una de ellas al suelo, disimuladamente, y el sacerdote pudo ver un diminuto papel escondido en el barro.-¿Cuánto quieres por todas? preguntó al indio. -Un cortado de cuatro reales - respondió Díaz, usando la contraseña convenida. Poco después, el ejército libertador, usaba esta nueva frase de reconocimiento. -Con días y ollas... ¡venceremos!

2. ¡El General quiere forzar el puesto! El batallón de artillería de los Andes, estaba acuartelado en el convento de San Pablo, y yo al mando de la guardia, cuando en esa mañana, entre las siete y las ocho, se presenta el general San Martín a caballo, acompañado de un ordenanza, a visitar el cuartel.-¿Se puede entrar? - dijo el General, saludando a la guardia; y yo le respondía: - Adelante, señor. El General desmontó, entregó la brida a su ordenanza, y yo mandé al sargento de la guardia que lo acompañara a los patios, las cuadras y demás departamentos que deseara examinar. Así visitó el cuartel, vio la limpieza de las cuadras, la del armamento, los tablados, la colocación de las mochilas, el estado de la cocina, el rancho...Luego que hubo explorado hasta el último rincón, regresó al segundo patio, y fijándose en una puerta cerrada, forrada con pieles de carnero con la lana para afuera, y custodiada por un centinela: -¿Qué es aquello? - preguntó.¡El laboratorio de mixtos - le respondieron los sargentos.-¿Trabajan ahora?-Sí, señor, están haciendo cartuchos, lanza - fuegos, estopines, espoletas para granadas y otras cosas. 

Sin más averiguar, se dirigió allí con ademán de entrar; pero, poniéndosele el centinela por delante, le dijo: -¡Alto ahí, señor: no se puede entrar! A esta repulsa el General repuso con vehemencia:-¡Cómo es eso! ¿No me conoce usted que soy el general en jefe? El centinela le respondió: -Sí, señor, lo conozco; pero así no se puede entrar.(Es de advertir que el General vestía su traje militar: casaca, botas con herraduras y espuelas, como se usaba entonces) Volvió a hacer ademán como para empujar la puerta y entrar; el centinela, entonces, caló la bayoneta y volvió a repetir: -Ya he dicho, señor, que así no se puede entrar. - Y gritó con fuerza: - ¡Cabo de guardia, el General quiere forzar el puesto! Al ver esto, uno de los sargentos corrió al puesto de guardia, y así que éste llegó a la presencia del General, le dijo:-Señor, la consigna que el centinela tiene es que nadie puede entrar al laboratorio vestido de uniforme, por temor de un incendio, y es por eso que le ha resistido la entrada. Si Vuestra Excelencia quiere entrar, sírvase pasar a este cuarto a cambiar de traje para que pueda hacerlo en la forma que es permitido. 

En efecto, el General, sin decir palabra, entró al cuarto, se desnudó de su uniforme, se puso de alpargatas, pantalón, saco y gorra de brin, de los varios que había con ese expreso destino. Presentándose al centinela con ese nuevo traje, no trepidó éste en abrirle la puerta y dejarlo entrar, seguido de dos sargentos, que también cambiaron de vestido con el objeto de acompañarlo. Luego que el General hubo registrado este departamento y examinado los aparatos y el trabajo que se hacía, volvió a salir para tomar su uniforme y retirarse. Montó a caballo, y al salir por el cuerpo de guardia me ordenó que el soldado que estaba de centinela en el laboratorio se le presentara, así que fuera relevada la guardia. Así se hizo. El soldado se presentó al General; después de hacerle varias preguntas y echarle un sermón sobre la subordinación, la obediencia y el cumplimiento de sus deberes, le regaló una onza de oro y lo despachó. (Extracto de una narración de Jerónimo Espejo)

Extracto del programa “Algo habrán hecho” de Pergolini y Pigna

Cierre Y así concluye nuestra presentación sobre algunos aspectos poco conocidos del general José de San Martín. Agradecemos la colaboración y la información aportada por las profesoras Laura Melchiorre, Claudia Hortas y Alexa Cassin Nos despedimos cantando la marcha de San Lorenzo, compuesta por el uruguayo Cayetano Silva, con letra del mendocino Carlos Binielli y estrenada en 1902. Se la usa ahora para honrar a los nuevos presidentes.

Marcha de San Lorenzo Febo asoma; ya sus rayos  iluminan el histórico convento;  tras los muros, sordo ruido,  oír se deja de corceles y de acero.  Son las huestes que prepara  San Martín para luchar en San Lorenzo;  el clarín estridente sonó  y la voz del gran jefe  a la carga ordenó. Avanza el enemigo  a paso redoblado,  al viento desplegado  su rojo pabellón.  Y nuestros granaderos,  aliados de la gloria,  inscriben en la historia  su página mejor. Cabral, soldado heroico,  cubriéndose de gloria,  cual precio a la victoria,  su vida rinde, haciéndose inmortal;  y allí, salvó su arrojo  la libertad naciente  de medio continente,  ¡Honor, honor al gran Cabral!