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El testimonio en la catequesis El catequista como testigo

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Presentación del tema: "El testimonio en la catequesis El catequista como testigo"— Transcripción de la presentación:

1 El testimonio en la catequesis El catequista como testigo
Arciprestazgo Delicias-Legazpi 28 y 29 de septiembre de 2011

2 «Vosotros sois la sal de la tierra
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,13—16).

3 1) El testimonio en la catequesis
Si Dios hubiera querido revelarnos “verdades”, hubiera sido suficiente el vehículo de la palabra, en cualquiera de sus manifestaciones, para cumplir con el mandato del Señor de «id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20). Sin embargo, la fe no es simplemente creer “lo que nos ha sido revelado”, sino creer a “Quien nos lo revela” (cf. CCE 150). Si no creemos al mensajero tampoco creeremos lo que este nos intenta transmitir.

4 1) El testimonio en la catequesis
Por eso, para que creamos en Él, Dios nos da testimonio de sí mismo y de su designio para con el hombre (cf. DV 3 y 4): En la creación y en la conservación del universo Dios ofrece a los hombres un perenne testimonio de sí mismo. Se reveló a nuestros primeros padres y habla en la conciencia de todo hombre. Cuidó continuamente del género humano. Llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo. Instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y de los profetas, para que lo reconocieran como Dios único y verdadero, Padre providente y juez justo. Por último, envió a su Hijo, la Palabra eterna, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf. Jn 14,9). Así pues: para conocer a Jesús es necesario aceptar el testimonio del Padre, que lo revela como “su Hijo, el amado, en quien me complazco” (Mt 17,5). Para conocer al Padre es, pues, necesario aceptar el testimonio de Jesús (cf. Jn 12,44. 13,20).

5 1) El testimonio en la catequesis
Jesús es el único testigo del Padre, solo Él le conoce y solo Él nos lo puede dar a conocer. Creer en Jesús supone aceptar que salió del Padre y que volvió a Él. La persona de Jesús, su vida, sus gestos, sus palabras, su muerte y su resurrección dan testimonio de que realmente Él es el enviado del Padre, su Hijo eterno, que ha sido constituido Señor y Mesías, salvador de todos.

6 1) El testimonio en la catequesis
El mismo Señor Jesús llamó a los que Él quiso para «estar con él» (Mc 3,14) y para constituirlos en «sus testigos» (Lc 24,48; 1,2), que, tras su resurrección, fueron «enviados al mundo entero para proclamar el evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). No cabe un evangelizador que no sea testigo; y, consecuentemente, el testigo será evangelizador, aunque, en algún caso, no diga ni pronuncie una sola palabra.

7 1) El testimonio en la catequesis
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 1). Por ello, para llegar a ser cristiano, necesariamente se ha de tener experiencia de encuentro con Jesucristo, tratarle, escucharle, etc., hasta terminar creyendo en él, fiándose de lo que le propone y poniéndose en camino (cf. Lc 10,3), es decir, convirtiéndose en “discípulo” «que oye la Palabra de Dios y la cumple» (Lc 8,21). Dios mismo dispuso que «lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos a través de los tiempos» (AG 3), y para ello fue enviado el Espíritu Santo, «para que santificara continuamente a la Iglesia y de esta manera los creyentes pudieran ir al Padre a través de Cristo en el mismo Espíritu» (LG 4).

8 1) El testimonio en la catequesis
Así pues, por una parte, la Iglesia, asistida continuamente por el Espíritu, da testimonio constante de Jesús para que podamos conocerle, amarle y seguirle; y, por la celebración de los sacramentos, nos une a Él, constituyéndonos en miembros de su Cuerpo, de manera que injertados en Él, la vid verdadera, podamos dar fruto y fruto abundante para gloria del Padre (cf. Jn 15,8). «La misión primordial de la Iglesia, en efecto, es anunciar a Dios, ser testimonio de El ante el mundo. Se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios y su designio de amor y de salvación en favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló» (DGC 23). Y, por otra parte, El Espíritu da asimismo testimonio en el corazón de cada creyente (cf. Rom 8,16), y lo mueve para que pueda conocer a Dios y acepte gustosamente creer la verdad revelada. De hecho, «para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones» (DV 5).

9 1) El testimonio en la catequesis
En consecuencia: «El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación (cf AG 4). Pero se puede decir igualmente que el Espíritu es el término de la evangelización; solamente él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana. Por medio del Espíritu, y gracias a él, la evangelización penetra en los corazones, ya que él es quien hace discernir los signos de los tiempos —signos de Dios— que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia» (EN 75).

10 1) El testimonio en la catequesis
Animados y sostenidos por el Espíritu, la Iglesia y cada uno de los fieles: Están llamados a evangelizar, «ante todo, dando testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Han de testimoniar que [el Padre] ha amado al mundo en su Hijo; que, en su Verbo encarnado, ha dado a todas las cosas el ser, que ha llamado a los hombres a la vida eterna… Este testimonio resulta plenamente evangelizador cuando pone de manifiesto que para el hombre el Creador no es un poder anónimo y lejano: es el Padre (“nosotros somos llamados hijos de Dios y en verdad lo somos” (1 Jn 3,1; cf. Rom 8,14-17), y, por tanto, somos hermanos los unos de los otros en Dios» (EN 26).

11 1) El testimonio en la catequesis (Pablo VI)
«Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan; o, si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio”. […] Será, pues, mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los pobres del mundo, en una palabra, de santidad» (EN 41).

12 1) El testimonio en la catequesis (Pablo VI)
«Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. […] El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente como si estuvieran viendo al invisible (cf. Heb 11,27). El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres; obediencia y humidad, despego de uno mismo y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riego de hacerse vana e infecunda» (EN 76).

13 1) El testimonio en la catequesis (JP II)
«El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el “ Testigo “ por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros. El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre» (RM 42).

14 1) El testimonio en la catequesis (B. XVI)
«En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias» (Benedicto XVI, Ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Barajas). «Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios» (Benedicto XVI, Vigilia de oración con los jóvenes).

15 1) El testimonio en la catequesis (B. XVI)
«De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios» (Benedicto XVI, Homilía de la eucaristía en Cuatro Vientos).

16 1) El testimonio en la catequesis (B. XVI)
«Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. […] Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén». (Benedicto XVI, Homilía de la eucaristía en Cuatro Vientos).

17 2) El catequista como Testigo
La función y la tarea eclesial de la catequesis deben dar forma y configurar la vida creyente de aquellos que quieren transmitir la fe a otros. Conviene no olvidar nunca que la fe que están llamados a transmitir los catequistas, siendo como es de la Iglesia, es también, en otro sentido, suya, o sea, confesada y profesada en primera persona como algo propio. Así es como lo tienen que percibir los catecúmenos o catequizandos, que, como decía el papa Pablo VI, «tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, nos preguntan: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la evangelización» (Evangelii nuntiandi 76).

18 2) El catequista como Testigo
La persona de Jesús tiene que convertirse en un modelo de referencia para todo catequista: Jesús enseñaba de una forma nueva, que cautivaba y atraía por la autoridad con que lo hacía (cfr. Mt 7,28-29). Jesús hablaba sobre Dios con una hondura inigualable, pues hablaba de lo que había conocido cuando estaba junto al Padre (cfr. Jn 1,18; 5,36; 8,38; 15,15) y proclamaba sin rodeos la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas. Jesús casi siempre hablaba y enseñaba partiendo de lo que la gente era capaz de comprender, pero, al mismo tiempo, hablaba de realidades que superaban con mucho las capacidades naturales de los hombres para entender y comprender. Jesús hablaba de las cosas de este mundo, pero en su predicación siempre remitía al Padre y a la esperanza escatológica del Reino que aún estaba por llegar. Jesús era tierno, sencillo y comprensivo con los pequeños, los pobres y los humildes; pero exigente cuando se trataba de la gloria de Dios, de su plan de salvación y en lo tocante a las relaciones fraternas y a las actitudes de servicio. Siguiendo las huellas de Jesús, el catequista educa también en todas las dimensiones del Evangelio, y lo hace con su misma pedagogía, apoyándose en el testimonio de su vida y en las obras de la comunidad cristiana, a quien representa.

19 2) El catequista como Testigo
El Catequista configurado con el misterio pascual de Jesús El catequista ha de tener muy presente que la transmisión del Evangelio pasa por la cruz y que, como cualquiera que desee ser discípulo de Jesús, debe seguirlo cargado con ella (cfr. Lc 14,27). Lo cual se traduce en saber cargar sobre sí y aceptar, como lo hizo Jesús: el rechazo, la incomprensión, el sufrimiento y la persecución como algo inherente al servicio del Evangelio. Pues, como se desprende del Evangelio, solo si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto, mas, si no muere, queda infecundo (cfr. Jn 12,24). Con todo, para quien anuncia el Evangelio, la última palabra no la tienen ni el sufrimiento, ni el peligro, ni el hambre, ni la desnudez, ni la espada (cfr. Rom 8,35); la última palabra la tiene la fuerza de la resurrección. Pues, aunque era conveniente que el Mesías padeciera todo eso para entrar en su gloria (cfr. Lc 24,26), al final lo que cuenta es que Jesús resucitó. Y por eso el catequista, siguiendo el ejemplo de Jesús, tratará de afrontar la misión que le toca con una confianza infinita, con una audacia y una paz interior únicas, y con una conciencia segura de la victoria de Dios sobre el pecado y la muerte. Confianza, audacia, paz y valentía que por sí mimas se convierten en testimonio vivo del Evangelio que el catequista quiere transmitir.

20 2) El catequista como Testigo de la fe
La Fe del catequista se tiene que alimentar necesariamente del Evangelio, es decir, del encuentro vivo con Jesucristo, que es quien nos conduce al Padre y nos entrega el Espíritu Santo para que podamos creer que Jesús es el Señor, el enviado por Dios para salvar y rescatar lo que estaba perdido. En consecuencia, el catequista habrá de cuidar, sobre todo, el encuentro con Jesús en la celebración de los sacramentos, de forma especial en los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía, y también en la oración personal y comunitaria, en la que Cristo siempre está presente. Necesidad de una meditación asidua de las realidades básicas de la fe: los acontecimientos salvíficos —sentido y clave de toda la Escritura—; los valores evangélicos más fundamentales tal como aparecen en las Bienaventuranzas y en el conjunto del Sermón del Monte; y las actitudes subyacentes al Padrenuestro configuradoras de toda oración y espiritualidad cristianas. La oración del catequista entrañará normalmente un tipo de meditación que sea fuente de un conocimiento vivo de los contenidos de la fe, entrañados en una experiencia personal propia que, luego, habrá que transmitir a otros. Esta oración meditativa deberá ser alimentada por una cultura bíblico-teológica sólida y por el deseo de conocer cada vez más y mejor la fe de la Iglesia.

21 2) El catequista como Testigo de la esperanza
La esperanza recibida con el bautismo le comunica al catequista una energía interior que se manifiesta en la alegría íntima de saberse ministro del Evangelio y de ser considerado digno de padecer por su causa. Es precisamente esta alegría, el gozo que confiere el Espíritu (cfr. Gal. 5,22), el distintivo auténtico del catequista y la prueba de que la Buena Noticia que anuncia ha invadido su corazón (Jn. 15,11). El catequista, porque sabe que no está solo, y porque confía, no en sus propias fuerzas, sino en la fuerza con la que ha sido revestido de lo alto, está seguro de poder superar los obstáculos y dificultades inherentes a su tarea catequizadora; y es consciente de que no le faltarán tampoco ánimos para asumir e incluso dar sentido a los sufrimientos que le sobrevendrán en el ejercicio de su función. Las malas disposiciones o limitaciones de los catecúmenos y catequizandos que no responden al Evangelio como el catequista desearía. La propia falta de fe, creadora de una distancia dolorosa entre el Evangelio que anuncia y su vivencia real. Los contrasignos de la comunidad cristiana que contradicen el Evangelio que está llamada a transmitir. Las condiciones pobres —y a menudo insuficientes— en las que ha de realizar y desarrollar la catequesis. La oposición o el descrédito del hecho mismo religioso por parte de una sociedad cada vez más secularizada y laicista, que ha olvidado o, al menos, vive de espaldas a sus raíces cristianas. Las nuevas escalas de valores imperantes, tan alejadas de los criterios evangélicos cuando no claramente en contradicción.

22 2) El catequista como Testigo de la caridad
El catequista está llamado a vivir del amor de Dios que siempre se anticipa y se adelanta. Como Jesús, también el catequista, ora e intercede ante el Padre por los que le han sido confiados (cfr. Jn 17), para que no se pierda ninguno de ellos y que se vean libres de todo mal. Para que catecúmenos y catequizandos sean santificados en la verdad y para que sean uno por el amor, como uno es Dios. Y, por último, también como Jesús, el catequista le pide al Padre para que los catecúmenos o los catequizandos alcancen y contemplen un día, cara a cara, la gloria de Dios, tal y como Jesús les prometió a los suyos. El catequista conoce a los catequizandos, se alegra y sufre con ellos, y comparte sus problemas y preocupaciones. El catequista confía en las posibilidades de todos y cada uno de los catecúmenos o catequizandos. Se trata de un amor paciente, sabedor de que madurar en la fe exige tiempo. Como Jesús, el catequista sabe esperar, por tanto, con paciencia a que madure la semilla de la fe, y no se frustra si los frutos no llegan tan inmediatamente como a veces se imaginaba que llegarían. El catequista procura amar a todos y a cada uno de los catequizandos o catecúmenos con un amor incondicional, sabiendo que este amor constituye de por sí un signo muy importante de la gratuidad del amor de Dios.


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